Prólogo
Es increíble como pasa el
tiempo, sobre todo en el hospital.
Ya hacía un año que cambió
todo, y no exactamente a mejor.
Recuerdo ese día en el que
di todo por perdido y acabé recayendo en la anorexia simplemente por un cabrón:
Mikel.
No pude aguantar que me
utilizara como un juguete, un juguete sexual.
Lo peor de todo fue cuando
oí lo que pensaba de mí, eso me remató.
Cuando tenía catorce años
me imaginaba a los diecisiete eligiendo universidad y casa propia, mi novio y
muchísimos amigos… no de la manera en la que estoy.
Muy por debajo de mi peso,
con el pelo estropeado por la falta de nutrientes, débil, en ‘’cautividad’’ sin
poder salir al exterior; incluso un poco amargada.
En el fondo aun tenía la
esperanza de salir algún día, pues estudiaba y echaba becas en universidades
por si me elegían en alguna.
Periodismo… aun sigo en
ello, es mi maldito sueño y, aunque haya aprendido que la mayoría no se
cumplen, tengo el presentimiento de que este sí.
-
Alicia… -
protestó mi enfermera, sacándome de mis pensamientos – eres la única que queda
en el comedor
Miré a mí alrededor, y en
efecto, todo estaba vacío y recogido.
No era novedad que me
quedara sola, con el plato lleno y cara de reproche.
-
Pues a la
próxima no me llevéis a comer – respondí con voz recaída.
Me levanté con dificultad
a causa del temblor de piernas y me dispuse a salir del comedor, pero mi
doctora me detuvo junto a otros médicos.
-
Alicia, ya
está bien ¿no?
Enarqué una ceja y contuve
una risa burlona.
-
Doctora
Marcos, sabe perfectamente que aunque me llevé aquí tres horas más no pegaré
bocado.
-
A lo mejor con
cinco…
-
Vomitaría
luego
No supo que más decir,
sabía de sobra que lo decía en serio, sin ninguna broma.
Salí por la puerta y avancé
a mi habitación a paso ligero.
Por suerte, la ligereza
aun no la había perdido, y eso me servía para escapar de situaciones como
aquella.
Llegué a la habitación y
de un pequeño salto me tumbé en la cama.
Relajé músculos y alcancé
el móvil con toda mi música dispuesta a sonar en cuestión de minutos.
Cerré los ojos y me dejé
llevar por Love Bites de Halestorm.
Sin darme cuenta empecé a
tararear la canción, emocionándome y subiendo el volumen de la voz.
-
Muy buena la
música
Abrí los ojos al reconocer
la voz, pero no la miré a la cara.
Hacía ya medio año que no
veía a Teresa, desde que se fue a Londres por la beca que le habían ofrecido
gracias a sus buenas notas.
-
Alicia… ¿Te
encuentras bien?
Esta vez me atreví a
mirarla, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
Me levanté para abrazarla,
pero del esfuerzo tropecé y casi caí al suelo.
-
Estoy un poco
torpe… - me excusé un poco avergonzada.
Teresa en cambio se
mantuvo seria, mirándome de arriba abajo, notando mi gran cambio desde la
última vez que me vio.
Puse mala cara, odio que
me miren el cuerpo de esa manera.
-
¿No has
adelgazado demasiado? – dijo en un tono borde.
-
No que va…
-
¿Qué te ha
pasado?
-
Nada
-
Alicia, te
conozco y sé que tuvo que ver alguna razón…
Calló al ver la cara de
mala leche que se me estaba poniendo.
-
Ven aquí
Sonreí y fui hacia ella,
dándole un abrazo con mucha cariño.
-
Te eché de
menos – dije riendo.
-
Y yo a ti
tonta
Nos separamos, las dos
sonrientes y con muchas cosas contar, al menos Teresa.
-
Verás, he
tenido que vivir en un piso de estudiantes – comentó – por suerte eran muy
buenas personas, he tenido que estudiar mucho, tengo novio, he…
-
¡Para el
carro! ¿Tienes novio?
Se sonrojó y asintió
lentamente.
Empecé a gritar como una
loca, haciendo que Teresa al cabo de unos segundas me imitará.
-
¡¡Pero
cuenta!! – exclamé sonriente.
-
Se llama
Ángel, tiene un año más que yo y le conocí en la escuela de idiomas
-
¡Madre mía!
¡¿Cómo está?!
-
¡Buenísimo!
Ahogué un gritó y le
abracé riendo.
Pero la diversión se acabó
al poco, la alegría entrada y la energía acababan de separarse por un mareo
repentino.
Me senté en la cama con
Teresa al lado preocupada.
-
Tranquila,
esto es normal…
-
Mentira, es
por tu peso, estás muy débil
-
Teresa, por
favor
-
Mira, una de
las razones de porque he vuelto ha sido para ayudar a recuperarte
La miré sorprendida por su
respuesta.
-
No me voy a
recuperar… - musité.
-
Lo harás,
créeme.
Suspiré y me crucé de
brazos sin saber muy bien como reaccionar.
Los días, semanas y meses
pasaron y Teresa seguía cumpliendo su promesa de estar junto a mí. Se convirtió
en mi mejor amiga.
En cada comida estaba
sentado a mi lado con la cuchara y tenedor en mano, dispuesta a darme ella
misma de comer si yo no cedía.
Incluso cuando me entraban
ataques de ansiedad me apoyaba y me daba ánimos, haciendo ver que no todo
estaba perdido, que aun había un poco de luz al final del túnel.
Me animo a seguir
estudiando para entrar en la universidad y estudiar periodismo. Y haciéndole
caso así hice, aprobando todo y creándome vía libre para entrar en una de
ellas.
Gracias a Teresa subí de
peso, y aunque tuviera alguna recaída, luego remontaba y me superaba el doble.
Ahora sí que estaba
recuperándome y que por fin, de una vez por todas, saldría de este maldito
hospital.
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